Hace dos días terminé el libro La
Isla bajo el Mar de Isabel Allende. Tenía tanto tiempo de no leer una obra de
ella y no sé por qué, pues realmente disfruto mucho la forma como escribe. La novela
lo tiene todo, la recomiendo 100%.
El libro inicia en 1770 en
Saint-Domingue, ahora Haití y la historia gira entorno a una esclava, Zarité.
Isabel Allende aborda el tema de la esclavitud de una forma tan apasioanda que
logró que yo sentíera lo que la protagonista vivía; me da la impresión que la autora disfrutó escribir
el libro, pues la novela está cargada de energía.
La semana pasada hablabamos del libro
con mi pareja, comentábamos como, pese a que la esclavitud física es ilegal,
aún hay ciertos tipos de esclavitud en nuestro entorno; pues un salario de
miseria, horarios de trabajo excesivos que te hacen llegar a casa extenuado sin
poder realmente vivir, es una forma de esclavitud económica. A eso quisiera
agregar también que un sistema que no te permite pensar y explorar tu verdadero
ser, es también otra forma de esclavitud en la que muchos de nosotros
estamos inmersos.
Supongo que la autora quiso
transmitir esa reflexión, pues en esa época los “blancos” hacían comentarios
referidos a sus esclavos que no se me hacían tan ajenos a los que he oído en pleno
siglo XXI.
Una de las cuestiones que percibí
del libro en cuanto al trato de los colonos con los esclavos, es el hecho que
estos se sentían ajenos o “diferentes” a ellos; un mecanismo que supongo necesario
para utilizar al otro y no sentirse culpable o “pecador”. Realmente había conductas
de los personajes que me avergonzaban un poco de la humanidad.
Ignorar o no querer comprender que
aquel que no es de mi grupo, que no comparte mis características como el color
de piel, forma de pensar o simplemente por considerar que no razona como
humano, ha sido la excusa perfecta para no respetar la vida (humana, animal o
vegetal). Esa forma de excluir ha sido necesaria a través de la historia para enriquecerse,
para tener poder, para cumplir con un perfil que la sociedad dicta. Parecería
que entre más lejos se está del problema, entre más foráneo a mí sea, más fácil
es suponer que no existe un problema; ojos
que no ven, corazón que no siente. En esa época, en Francia y en el resto
de países colonizadores, nadie sabía o no querían saber lo que implicaba obtener
un grano de azúcar, el sacrificio, el dolor, el sufrimiento, la explotación. Eso
pasa todavía, con gente, con animales y con el ambiente en general.
En abril ocurrió el derrumbe de
una maquila en Bangladesh en la cual, según el periódico digital El País,
se fabricaban prendas de vestir para marcas reconocidas a nivel internacional.
Ahora bien, ¿qué tan informadas estaban esas multinacionales de las condiciones
laborales en esos países?, deberían de estarlo y es muy probable que estén; y si saben, ¿qué tan culpables son
entonces? .
Además, ¿por qué el
Gobierno permite que la gente trabaje en estas condiciones? o vamos más allá, ¿qué
tanto contribuye el sistema mundial actual, el capitalismo voraz?, pues
compañías ricas quieren obtener más ganancias y prefieren hacer uso de mano de
obra barata de países más pobres y que se benefician de esta “inversión”, dado
que su economía depende de las maquilas y necesitan "fuentes de empleo" y en intercambio, ofrecen a su gente, los Otros, quienes reciben salarios de miserias pero son “libres”.
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